miércoles, 19 de noviembre de 2014

DIES IRAE (València años 20 del siglo XVI)

CALLES EN LUCHA 2

DIES IRAE.  (VALÈNCIA AÑOS 20 DEL SIGLO XV)


Dibujo de Manuel Boix.

Una ráfaga de viento elevó una nube de polvo dejándome en la boca un regusto entre amargo y salado. La calle de la Mare de Déu de Gràcia estaba solitaria, pero en mis oídos aún resonaban los gritos y lamentos de hombres y mujeres, los lloros de los niños, el estrépito de las espadas y el ronco agonizar de los que ese día la suerte les había negado su favor.

La aparición de plazas en la ciudad, no siempre obedece a motivos arquitectónicos o urbanísticos, en algunas ocasiones las causas son más escabrosas. El mero hecho de ser considerado enemigo del poder político o eclesiástico, supone no sólo la ejecución de la persona y a veces la de sus familiares, si no la desaparición física de su vivienda y como advertencia ejemplarizante, la prohibición de construir sobre su solar esparciendo sal sobre él, para que allí no crezca ni la hierba. Es el caso de la plaza de la Creu Nova, dónde el descubrimiento de una sinagoga clandestina costó la hoguera a Miquel Vives y Castellana Guioret, primo y tía de Lluis Vives o la de esta plazuela, que hasta el 3 de marzo de 1522 ocupaba la casa de Vicent Peris.




Y es que los tiempos estaban agitados, recuerdo también como aquel pobre panadero fue objeto de la ira del pueblo, en la plaça del Mercat, como si él fuera culpable de la falta de trigo que desde hacía años venía padeciendo la ciudad, o como cuando lincharon a aquella familia de agarenos, acusados de connivencia con los piratas berberiscos que se paseaban por nuestras costas. Porque el peligro era real, Cullera había sido saqueada y su población acuchillada ante el desamparo de los Nobles Señores que la habían abandonado a su suerte. Tanto es así que el rey don Fernando, consintió a que los gremios se armaran y pudieran defenderse de sus eventuales ataques.  

Pero el descontento de artesanos, maestros y mercaderes era mayúsculo, durante muchos años nuestro trabajo hizo de València la ciudad más próspera de la Corona de Aragón y ahora que la crisis había golpeado a nuestras puertas, por culpa en parte de una nobleza más interesada en sacar buenos beneficios importando tejidos de Italia que protegiendo el trabajo de sus artesanos, creímos que era el momento de reclamar nuestra participación en el Consell de la Ciutat y de exigir que dejaran de ahogarnos con impuestos. También la avaricia y el intrusismo hicieron mucho daño entre los gremios. Y luego que pasé por la plaza de Santa Caterina, me vino a la memoria un suceso aquí ocurrido y que tuvo por testigo al cardenal Adriano de Utrech, venido a esta ciudad a jurar –vano intento-, en representación del Rey don Carlos, los Fueros de València.



Y es el caso que por favorecer a un aprendiz suyo al que debía un favor, un tal Pere Malet capoter de oficio, permitióle abrir una tienda de capotes en esta plaza sin hacer el preceptivo examen. Denunciado que fue por el Síndico ante el tribunal del Gobernador, tiempo le faltó a Pere Malet para por mediación de don Diego Jofré, Señor de Pardines, intentar paralizar la denuncia. El Síndico escuchó al Señor de Pardines, pero cuando éste marchó, hizo de su capa un sayo, que es lo que el sano juicio y su propia conciencia le ordenaba.

Enterado don Diego Jofré y herido en su noble orgullo, tiempo le faltó para regresar, buscar al Síndico y darle de puñaladas. Intervino entonces el Marqués de Atzeneta, don Rodrigo Díaz de Vivar y de Mendoza, que diestro en mañas, manejos y tejemanejes, consiguió apaciguar al acuchillado Síndico y permitió que el aprendiz de Malet abriera su tienda.



Nada más conocerse el hecho, salieron los gremios ondeando banderas y haciendo sonar sus cajas; los gritos de ¡A casa de Malet! ¡Mueran los caballeros!, se confundían con los de ¡Justicia! ¡Germania!   Así que llegaron a esta plaza, entraron en la tienda, sacaron todos los capotes y prendiéronles fuego. Un Escudo Real de yeso colocado por los Jurados sobre la puerta de la tienda, evitó que ésta fuera también pasto de las llamas. El Señor de Pardines, el capoter y el aprendiz fueron condenados al destierro.

 Cuatro años antes de estos hechos, sucedió el fallecimiento de nuestro rey don Fernando, era el año del Señor de 1516, dejando un gran vacío de poder. La peste, que como las riadas, se obstinaba en visitarnos a menudo y sin previo aviso, hizo huir como las ratas huyen del navío a punto de naufragar, a nobles y jurados dejando la ciudad sin representantes oficiales, sólo el controvertido Marqués de Atzeneta, hermano del Virrey don Diego Hurtado de Mendoza permaneció en la ciudad.



Tiempos terribles que no presagiaban nada bueno, y desde el púlpito los predicadores, émulos de Vicent Ferrer, buscaban culpables para calmar los castigos divinos, que en forma de epidemias, riadas y otras desventuras, nos enviaba el Señor.

 Y allí estaba aquel sofocante 7 de agosto de 1519, el pare Castellolí, Castanyolí o como bien quiera que quisiera llamarse este fraile que Dios o Satanás tengan a buen recaudo, culpando al nefando pecado y a sus viciosos, de todos los males que acontecían y poco tardó la turba en encontrar en un tal Cristòfol de la Torre, un flequer de la calle del Trabuquet, la diana de sus iras. Conducido a las cárceles eclesiásticas por su condición de tonsurado y no encontrando pruebas suficientes, condenole el provisor del arzobispo a que un domingo fuese puesto a la vergüenza en la iglesia mayor y después tuviese cárcel perpetua en el castillo de Chulilla. Más en acabando la misa, al salir de la Catedral para dirigirse nuevamente a la prisión arzobispal, esperándole estaban una multitud de niños y mancebos, que piedras en mano pedían a voces que se le fuera entregado para lapidarlo convenientemente. Una lluvia de piedras cayó sobre la comitiva cuando mossén Guillem y mossén Andreu Dalmau intentaron darles buenas razones para que lo dejaran en manos de la justicia y marcharan en paz. Al tumulto se unió el comendador Eixarch que a la sazón ejercía en lugar del gobernador Lluis Cavanilles huido de la ciudad por la peste, un jurado y el mestre racional Vicente Zaera y entre todos lograron encerrar al desdichado flequer en la sacristía de la Catedral, a la que todo hay que decirlo, no le quedaban vidrieras enteras.



Pero la tarde no había calmado la cólera de la plebe, más bien parece que la digestión del yantar húboles provocado el hipo de pegar fuego al sodomita, así que bandera al aire, salieron de sus casas con gran alboroto y dirigiéronse prestos a la puerta que dicen del Palau, a reclamar que les fuera entregado el flequer. A partir de aquí todo fue gritos y confusión, escopetazos y cantazos, golpes y campanas tocando a arrebato y hasta el fuego estuvo a punto de prender en las puertas de la Catedral si no llega a ser por la presteza de Jordi, un criado del Vizconde de Xelva que allí se encontraba. Ni siquiera fue respetada una improvisada procesión, custodia del Santísimo Sacramento al frente, que organizaron las parroquias de San Esteban, santo Tomás y el Salvador, como último recurso ante la ausencia de nobles caballeros, ausentes de la ciudad por pestilentes motivos.

Y así fue como en evitación de males mayores, regidores y eclesiásticos menguaron la guardia y dejaron al infeliz flequer en manos de la desordenada justicia popular. Ahítos de efímera gloria, eufóricos y alborozados, marcharon directos al lugar que llaman el quemadero donde al fin, dieron cumplida satisfacción a su ira.


Berruguete (detalle)

En la plaza de la Seu aún permanecían catafalco y paramentos del último Auto de Fe y al final de la calle del Cavallers reviví una escena memorable. Entraba en Valencia por la Porta de Quart el Conde de Mélito, don Diego Hurtado de Mendoza, que con su séquito se dirigía a la Catedral para jurar los fueros como virrey de València. Y a recibirle acudió el Gobernador Lluis Cavanilles, jurados, oficiales y demás comparsa de caballeros y nobles.



Mas en llegando al lugar llamado Tossal, salió al encuentro del cortejo por la calle dels Tints d'Olleta, un grupo de agermanados encabezado por Guillem Castellví, al que todos conocíamos por Guillem Sorolla. Altivo, insolente y osado, agarró por las riendas el caballo del virrey y le espetó: “Los reyes y príncipes nunca buscan atajos en sus entradas solemnes, con que así, vos que decís representar a nuestro soberano, debéis seguir este ejemplo y dar la vuelta por la Bosseria y el Mercat”. A lo que el virrey le respondió: “Como ello sea costumbre, vamos por donde decís, pues no vengo sino a guardar costumbres viejas y quitar novedades”. Y así, sin más circunstancia notable que contar, bajó el cortejo por la Bosseria, el Mercat, giraron por la calle Sant Vicent y entrando por la plaza de la Figuera, llegaron a la Catedral por la calle de les Avellanes, Santo Tomás y el Palacio del señor Arzobispo.



Guillem Sorolla, osado y altivo, tanto ante el virrey como ante el mismísimo rey don Carlos, aunque dicen las malas lenguas que una vez nombrado comendador de Benaguasil se comportó como un noble más, quién sabe; y que incluso hizo correr el bulo de su muerte para provocar la cólera del pueblo, quien sabe.

Lo cierto es que él y el peraire Vicent Peris acabaron con la moderación del bueno de Joan Llorenç y a su muerte Peris asumió el mando militar de la Germania. Peris sabía qué y cómo hablar al pueblo. Orgulloso y valiente como Sorolla, pero tenaz e insobornable. Derrotó al mismísimo virrey, don Diego Hurtado en Gandia y esta victoria hizo que la soberbia prendiera en él, y que los moriscos de la contornada sufrieran su orgullo. Al fin y al cabo eran los servidores de su enemigo.

Aún lo veo, entrando triunfante y majestuoso por la Porta dels Serrans, montado en negro bridón, vestido de raso blanco acuchillado, forrado de raso amarillo, tocado con gorra milanesa grana con una pluma blanca.

Entre vítores y aplausos discurrió la comitiva por la plaza de Sant Bertomeu y Cavallers. Por la Bosseria con todos los balcones engalanados, se llegó hasta el Mercat y por la calle de Sant Vicent hasta su casa de la Mare de Déu de Gràcia.



Poco se imaginaba que algunos meses después regresaría a València a escondidas, tratando de avivar un fuego que ya estaba casi extinto; hasta el último momento rechazó las taimadas propuestas del Marqués d’Atzeneta que sólo buscaban su perdición y se pertrechó en su casa junto a su mujer y sus hijos, arropado y protegido por vecinos y adictos.

Y así llegó aquel fatídico 3 de marzo de 1522. Desde buena mañana redoblaron sin cesar las campanas de la Seu. Hizo correr el virrey el bulo de que Xàtiva había sido tomada y la Germania derrotada en toda la comarca. Cundió el desánimo entre muchos partidarios de Peris, algunos le dieron la espalda y otros se pasaron al bando de los señores. Dio orden el de Mélito de cerrar todas las puertas de la ciudad. Armáronse los caballeros, unos con el Marqués d’Atzeneta, otros con Lluis Cavanilles y el resto con el delegado Mossén Eixarch. En la plaza del Palau se convocó a los gremios y allí estaban los Jurats con sus gramallas portando lo Rat Penat y demás banderas.

Mientras, en los balcones y azoteas de la calle de la Mare de Déu de Gràcia y colindantes, hombres, mujeres y mozalbetes pertrechados de piedras, macetas y ladrillos en mano, aguardaban el momento de valer a su capitán y abrirle la sesera a algún mascarat.

A las tres en punto de la tarde, las tres divisiones se pusieron en marcha. Las campanas volteaban sin cesar.  La división dirigida por don Lluis Cavanilles, avanzó por la calle del Fumeral. Mossén Eixarch y los suyos lo hizo por la calle de Sant Vicent, unos entraron por la de Carabasins y otras se llegaron hasta Sant Agustí, para desde allí entrar a la calle de Gràcia y cortar el paso a una posible huida de Peris.



El Marqués d’Atzeneta, que no había olvidado como Peris lo había encarcelado en Xàtiva y como había escapado de sus artimañas, partió de la plaza dels Alls y enfiló la calle de Gràcia. Arcabuces, ballestas, espadas, picas y lanzas, envueltas en una nube de polvo avanzaban bajo una lluvia de piedras, tiestos, muebles y agua hirviendo. Y fue el caso que una maceta de buen tamaño cayó sobre la testa de don Rodrigo Hurtado, dejándole sin sentido, tendido en el suelo. Corriose la voz de que el Marqués había muerto y la furia de los atacantes se encendió y con ella la casa de Peris por los cuatro costados. El calor y el humo se hicieron insoportables. El precio de doscientos ducados por un Peris vivo o cien, si era muerto, hecha por un todavía aturdido Marqués d’Atzeneta avivó los ánimos de los mascarats. Bajó la mujer de Peris con sus hijos llorando y pidió Peris hablar con el Marqués, mas no había terminado de bajar por la escalera, se abalanzaron sobre él y cosiéronle a cuchilladas. Arrancáronle la cabeza que pusieron en una pica, y arrastraron su cuerpo desnudo hasta el Mercat. Allí lo colgaron de los pies, pues su cabeza aún pende enjaulada sobre el Portal de Sant Vicent.

Y yo sigo mi camino, lejos de esta ciudad y de estas tierras. Demasiados recuerdos, demasiados sinsabores. Sólo quiero olvidar y lo único que he conseguido olvidar ha sido mi verdadero nombre, unos me llamaban Enrique Manrique –o Enriquez- de Ribera, otros Antonio Navarro, los menos Juan de Bilbao y alguno El hombre de Bernia, incluso dicen que me asesinaron en Burjassot una primavera de 1522, aunque todos me conocían por lo Rei Encobert.    


X. Oms.     

DRAMATIS PERSONAE

VICENT PERIS (Segorbe 1490?- València1522)



Dibujo de Manuel Boix

De oficio velluter, dirigió el ejército agermanado a la muerte de Esteve Urgellés, en 1521. Contrapuesto a la política conservadora de Joan Llorenç, con el que tuvo varios enfrentamientos, se opuso radicalmente a cualquier pacto con la nobleza. Consiguió abolir los impuestos en la ciudad de València, aunque poco después tuvieron que restablecerse algunos. En un intento de controlar la situación económica de la Diputació, Peris exigió a los diputats “donar compte e rahó de tots los bens de la Generalitat”, a pesar de considerar esta petición de “cosa inaüdita e insoportable e contra los actes de Corts atorgats a la Generalitat”, accedieron y pusieron los libros de cuentas a su disposición.

Ese mismo año derrotó al virrey Diego Hurtado de Mendoza en Gandia, la que fue su única victoria militar. Desoyó las advertencias de su capitán, Pere Palomares, de acudir inmediatamente en auxilio de la plaza de Oriola, dedicándose a saquear Dénia y otras poblaciones de La Marina, ensañándose sobre todo con la población morisca.

Regresó triunfal a València con el botín obtenido en Gandia, alojándose en el Palau Reial. Partió nuevamente hacia Morvedre, donde fue derrotado por el Marqués de Zenete teniendo que refugiarse en el castillo de Xàtiva. Intentó el marqués un pacto con los agermanats de Xàtiva, ocasión que aprovechó Peris para hacerlo preso y encarcelarlo.  

En febrero de 1522 regresa a València en un intento de recobrar la ciudad y se refugia en su casa de la calle Mare de Déu de Gràcia. Rehusa los ofrecimientos del Marqués de Zenete de un perdón si se entrega y se hace fuerte en su casa junto a su familia y un buen número de partidarios. Finalmente el 3 de marzo de 1522, el virrey ordena el asalto, incendian la casa, Peris muere apuñalado y es decapitado. Tras derribar la vivienda, el solar resultante es allanado y sembrado de sal, con la prohibición de volver a construir allí. Sus bienes fueron confiscados, su mujer ajusticiada. Fue declarado “fill del diable” y se declararon traidores a sus descendientes hasta la cuarta generación. Su cabeza fue colocada en una jaula sobre el Portal de Sant Vicent. La plaza existió hasta la década de los 40 del siglo XX, que desapareció con la construcción de la avenida del Barón de Cárcer y la urbanización de su entorno.

Para unos Vicent Peris, fue un personaje traidor y nefasto, como lo califican Escolano o Diago. Otros como Viciana lo calificaban de “Hombre de insuperable coraçon y muy brioso” aunque en otro apartado de su Crónica lo tilda de “colérico y enemigo de Dios y del Rey”. Los historiadores del siglo XIX son más benignos con él, llegando incluso, como es el caso de Manuel Fernández Herrero o Roque Barcia a considerarlo un héroe nacional, comparando en el caso de Barcia, las Germanías y las Comunidades con el levantamiento republicano de 1870. El romanticismo liberal de Boix, mitifica la Germanía y sus personajes confundiendo realidad y ficción, siendo su máximo exponente la novela “El Encubierto de Valencia”. Para Juan B. Perales, Vicent Peris “es el único que merece el dictado de héroe, entre los gefes de la Germanía. Rudo, fogoso, de escasa instrucción, pero altivo, valiente y pundonoroso”.

GUILLEM CASTELLVÍ (Sant Mateu 1484-Xàtiva 1522)

Nacido en Sant Mateu del Maestrat, se trasladó a València viviendo en casa de un tío suyo conocido por Sorolla, del que tomó el apellido y aprendió el oficio de teixidor.

En 1519 formó parte de la Junta dels Tretze y uno de los embajadores que parlamentó con Carlos I en Molins del Rei.


José Benlliure

Cabecilla agermanado, intervino en varias algaradas callejeras; según las crónicas, valiente y con gran predicamento popular y según otras, soberbio y oportunista. Intentó la adhesión a la Germania de Morella sin conseguirlo.

Su carácter radical se moderó al ser nombrado procurador de Benaguasil, La Pobla de Vallbona y Paterna, en 1520.

En 1521 mantuvo contacto con el movimiento agermanado mallorquín a los que dio consejo. En noviembre fue hecho preso y trasladado a Montesa y Xàtiva, ciudad donde fue ajusticiado en 1522.

Si para Manuel Fernández Herrero (Historia de las Germanías de Valencia -1870- ), Guillem Sorolla era un valiente hijo del pueblo, Juan B. Perales, lo describe como un “joven, audaz, elocuente, valeroso … que reunía prendas muy superiores a todos los demás, las cuales empleó en provecho propio … deslumbrado con el cargo de gobernador de una fortaleza (Benaguasil), pareció olvidarse completamente de la Germanía y de sus propias predicaciones”.

JOAN LLORENÇ  (València 1458-1520)



De oficio peraire, fue el ideólogo y creador de las Germanías, de verbo fácil y elocuente se convirtió en el líder del movimiento agermanado. Creó la Junta dels Tretze, órgano de gobierno de la Germanía y junto con el comerciante sucrer Joan Caro y Guillem Sorolla se entrevistaron con Carlos I en Molins del Rei, consiguiendo de éste –momentáneamente- la legalización de la Germanía.

Su espíritu dialogante pronto chocó con el sector más radical encabezado por Vicent Peris, Guillem Sorolla y Esteve Urgellés, provocando su caída y poco después su muerte en 1520.


L’ENCOBERT (¿?-finales s. XV- Burjassot 1522)


Portada de la novela de Vicente Boix "El Encubierto de Valencia", errata incluida

Poco se sabe de este personaje –o personajes, porque aparecieron varios- del que mucho se ha escrito. Los datos más contrastados, los aporta el profesor Ricardo García Cárcel y apuntan a que se llamaba Antonio Navarro y que era posiblemente de origen castellano. Aunque otros como Vicente Boix (1813-1880), opinaban que se llamaba Enrique Enríquez de Ribera.

Intervino activamente en los últimos momentos de la Germanía, tras la muerte de Vicent Peris, participando en varias escaramuzas contra las tropas del virrey.

Que se conozca, su primera aparición pública fue un 21 de marzo de 1522 en la colegiata de Xàtiva, con un vehemente discurso de matices apocalípticos rayanos en la herejía, en el que incitaba al pueblo a continuar la lucha en nombre de la justicia divina.

Afirmaba que era el hijo del príncipe don Juan, hijo a su vez de los Reyes Católicos, y de la archiduquesa Margarita de Austria. Y que una conspiración urdida entre el Cardenal Mendoza y Felipe El Hermoso, lo hizo desaparecer haciendo creer que había muerto al nacer. Realmente, el príncipe heredero Juan falleció dejando a su esposa, Margarita embarazada y dio a luz una hija que murió en el parto. Pero esta teoría de la conspiración, carece de base porque el Cardenal Mendoza había muerto dos años antes que el príncipe Juan, por lo que evidentemente nada pudo conspirar.

Intentó sin conseguirlo entrar en València y recuperarla para la Germanía, días después, el 19 de mayo de 1522, moría asesinado en Burjassot por esbirros del virrey. Su cabeza fue colgada en la Porta de Quart.

Después de su muerte, aparecieron otros personajes que decían ser L’Encobert, así en el mismo año 1522, fue preso y ahorcado un individuo que se hacía pasar por él y al año siguiente, en València fue decapitado otro, pero esta vez fue una esquina de la Llotja la que tuvo que aguantar el peso de la linterna que contenía su cabeza.

RODRIGO HURTADO DE MENDOZA Marqués de Zenete  (Castilla 1466-València 1523)

Al igual que su hermano Diego, Rodrigo era hijo de don Pedro González de Mendoza, cardenal y arzobispo de Toledo, y de doña Mencía de Lemos, dama de la corte de Isabel I de Castilla, a los que la Reina Católica llamaba cariñosamente “los bellos pecados de mi cardenal”; era nieto también del Marqués de Santillana.

Se distinguió por sus habilidades en el campo de batalla; en la guerra de Granada como reconocimiento, Fernando II le recompensó con posesiones en Jadraque (Guadalajara), Guadix (Granada) y Albaida (València).

En 1491 es nombrado Marqués de Zenete y Conde del Cid, ya que los Mendoza se decían descendientes directos del Cid. También es conocido como Rodrigo Díaz de Vivar y de Mendoza.
Casó con doña Leonor de la Cerda, enviudando al poco tiempo y se embarcó poco después en la expedición al Reino de Nápoles, bajo el mando del Gran Capitán.

De vuelta a Castilla, pretende casarse con María de Fonseca, hija de Fernando Fonseca, señor de Coca; pero ante la negativa de, tanto de los padres de María, como de la reina Isabel que tenían otros planes para ella, decide raptarla y casarse con ella, refugiándose en su castillo de Jadraque.    
  
Al ser nombrado su hermano Diego, virrey de València, acude con sus tropas a una capital del Regne convulsionada por el movimiento agermanado. En un principio su política con los agermanados provoca las sospechas del rey Carlos I, que incluso llega a ordenar su destierro –la orden no llegó a cumplirse-, pero en realidad se trataba de una estrategia para intentar descabezar la rebelión.

En 1521 es nombrado gobernador de València y en poco menos de un año consigue acabar con el movimiento agermanado, a pesar de haber sido apresado por Vicent Peris en Xàtiva, cuando sin su ejército, intentaba un dialogo con sus dirigentes.

En 1522 falleció su esposa María de Fonseca y un año después le siguió él, tal y como cuenta Viciana en su Crónica: “A 23 de febrero año de 1523, el marqués de Zenete fallesció de callenturas en la mesma ciudad de Valencia. Fue sepultado en el monasterio de la Trinidad, con muy grande llanto de sus criados y servidores y vezinos de la ciudad. Luego, passados ocho días, don Diego Hurtado de Mendoça, su hermano, vino de Castilla a visitar y a consolar a sus sobrinas, hijas del dicho marqués.”    

Fruto del matrimonio con María de Fonseca, fue su hija Mencía de Mendoza, persona que contribuyó enormemente a la introducción del humanismo y las artes gráficas en València. Amiga y mecenas de Lluis Vives, al que conoció en Breda, ciudad donde se había trasladado al casarse con Enrique III de Nassau-Breda.  Posteriormente, al morir éste, casó con Fernando de Aragón, Duque de Calabria, viudo de Germana de Foix.



María, hizo construir un sepulcro de mármol blanco donde reposan los restos de sus padres y los suyos, en el Convento de Santo Domingo.

Si bien tanto en el campo de batalla como en el de los amoríos el marqués fue un personaje indiscutible, recientes investigaciones han sacado a la luz turbios asuntos en el plano económico, como la evasión de impuestos en la importación ilegal de mercancías y un montón de deudas a las que su hermano Diego, tuvo que hacer frente.

DIEGO HURTADO DE MENDOZA Conde de Mélito (Manzanares 1468?-Toledo 1536)

Al igual que su hermano Rodrigo, Diego era hijo de don Pedro González de Mendoza, cardenal y arzobispo de Toledo, y de doña Mencía de Lemos, dama de la corte de Isabel I de Castilla, a los que la Reina Católica llamaba cariñosamente “los bellos pecados de mi cardenal”, nieto también del Marqués de Santillana y abuelo de Ana Mendoza de la Cerda, Princesa de Éboli.

Participó en las luchas por la toma de Granada y junto a Gonzalo Fernández de Córdoba “El Gran Capitán”, en el Reino de Nápoles, obteniendo el título de Conde de Mélito por su intervención en la toma de dicha ciudad.



En 1520 fue nombrado por Carlos I virrey de València, su actuación fue muy poco afortunada, no aceptando el diálogo que en sus primeros momentos le ofrecían los agermanados, los cuales no lo veían con muy buenos ojos por haber sido nombrado por un rey que no había ido a jurar los Fueros a València. Su actitud timorata, huyó de la ciudad a causa de la peste, no le granjeó muchas simpatías entre sus ciudadanos.

En junio de 1520, un grupo de agermanados asaltó su casa y huyó a Cocentaina, de allí pasó a Xàtiva y posteriormente a Dénia y Peníscola.

En 1521 fue derrotado en Gandia por el ejército de Vicent Peris, sólo después de conocer el descalabro agermanado en Oriola, inició el regreso a la ciudad entrando en València el 21 de octubre de 1521.

El 3 de marzo de 1522 ordena el asalto a la casa de Peris que es decapitado y después de sofocar la Germanía en las plazas de Xàtiva y Alzira consigue su rendición el 5 de diciembre de 1522.

En marzo de 1523 fue destituido de su cargo, siendo nombrada virreina de València doña Germana de Foix. 


BIBLIOGRAFÍA

CRÓNICA DE LA ÍNCLITA Y CORONADA CIUDAD Y REINO DE VALENCIA R. Martí de Viciana
HISTORIA DE VALENCIA Escolano-J.B. Perales
LAS GERMANÍAS DE VALENCIA Lluis de Quas
EL ENCUBIERTO DE VALENCIA Vicente Boix
HISTORIA DE VALENCIA Vicente Boix
LA GERMANÍA DE VALENCIA Manuel Danvila
HISTORIA DE LAS GERMANÍAS DE VALENCIA Manuel Fernández Herrero
LA CIUTAT DE VALÈNCIA Manuel Sanchis Guarner
LAS GERMANÍAS DE VALENCIA R. García Cárcel
CRIM DE GERMANIA Josep Lozano
LA GERMANÍA, UNA REVOLUCIÓN EN LA VALENCIA RENACENTISTA Vicent J. Vallés


  

martes, 14 de octubre de 2014

UNA SEMANA TRÁGICA

CALLES EN LUCHA 1
UNA SEMANA TRÁGICA

En estos días se cumplen 145 años de unos sucesos que llenaron las calles de València de fuego y sangre. Esta es una sucinta relación de los hechos que tuvieron su principal escenario en la plaza del Mercat y en sus calles adyacentes:

 

Día 5-10-1869

Se declara la ley marcial en València, con la excusa de la aparición de partidas republicanas en la provincia.

 

Día 6-10-1869


Corren rumores del eminente desmantelamiento de las Milicias Populares, nacidas al amparo de la "Gloriosa Revolución" de 1868, formadas por ciudadanos progresistas y republicanos y herederas de las milicias de voluntarios liberales que luchaban contra las partidas carlistas.
El Capitán General de la Región,
Rafael Primo de Rivera y Sobremonte, convoca a los jefes de las Milicias Populares (Batallones de la Libertad) para garantizarles que si mantienen el orden no habrá desarme.


 

Día 7-10-1869


Milicianos populares son desarmados en el Grau, por orden al parecer del gobernador civil de Valencia, José Peris y Valero.
El alcalde de Valencia y jefe de los republicanos federales
José Antonio Guerrero, se entrevista con el capitán general Primo de Rivera, que dice desconocer la orden.
Crece la irritación entre las milicias populares, con el respaldo de una mayoría de la población ciudadana y de la huerta de València.


 

Día 8-10-1869

A primeras horas de la mañana los militares toman posiciones sigilosamente en puntos estratégicos de la ciudad. Al mismo tiempo aparecen en las esquinas bandos del Capitán General disponiendo el desarme de los Voluntarios.

El capitán general Primo de Rivera, comunica al alcalde de València J.A. Guerrero y a los jefes de las milicias, que tienen dos horas para entregar las armas en cumplimiento de un decreto del regente Serrano, comunicado por el ministro de la gobernación, Práxedes Mateo Sagasta.

El alcalde José A. Guerrero se despide del general con estas palabras: “Puesto que nada son para V.E. las justas reclamaciones de un pueblo herido en su honra, yo, en nombre de ese pueblo, y en representación de su Milicia, me declaro desligado de todo compromiso, y declino la responsabilidad de lo que pueda acontecer”.


Los jefes republicanos se sienten engañados tanto por el gobernador civil como por el militar y convocan a todas los Voluntarios de la Libertad a concentrase en la plaça del Mercat.

Virgilio Cabalote desde el Cabanyal marcha con sus voluntarios hacia el Mercat.

José Pérez Guillén "El Enguerino" recluta a los de la huerta.

Se toman posiciones en las puertas de Sant Vicent, Quart, en las Escuelas Pías, en el cuartel del Pilar, Sant Joan del Mercat y la Llotja.

Se forman barricadas.

Más de seis mil ciudadanos con escopetas y cuchillos se preparan a una confrontación a todas luces desigual.
Desde Capitanía General se forman los batallones del Regimiento de Toledo y de la Princesa, al mando del coronel Deza y el del Regimiento Zamora, al mando del coronel Angulo.
Repican las campanas de Sant Joan del Mercat y no es a misa, tocan a somatén.


Archivo R. Solaz


1ª Confrontación

La primera confrontación se produce en la calle de las Mantas, el ímpetu y la rabia acumulada de los milicianos coge por sorpresa a un ejército profesional que contempla como su jefe, el coronel Deza y sus oficiales, caen abatidos por el fuego miliciano.


El batallón descabezado se bate en retirada a la espera de instrucciones del mando central.

 


2ª Confrontación

El regimiento Zamora al mando del coronel Angulo, no logra pasar de la calle San Fernando. Cae malherido y mueren sus oficiales, el batallón se repliega y espera órdenes.
Los gritos de "¡Viva la república federal!" se confunden con los lamentos de los heridos y el estampido de los disparos.

 

3ª Confrontación

Parte de la desbaratada columna del coronel Deza, capitaneada por el comandante Antonio Alonso, intenta entrar en la plaça del Mercat por detrás de la Llotja, pero son literalmente aniquilados, en la plaça de les Panses. El comandante Alonso cae en la batalla.

 


4ª Confrontación

Nadie en Capitanía General esperaba esta derrota. Primo de Rivera recompone los restos del Regimiento Toledo y pone a su mando al coronel Hevia. Al amor propio se une la sed de venganza. La columna avanza por la calle Cavallers para por la Bosseria acceder a la plaça del Mercat.
Pero los guerrilleros aparecen por todas las bocacalles y en el Tossal son acorralados, vencidos y humillados, a pesar de todo, las bajas por los dos bandos son innumerables, el coronel Hevia una de ellas.


 

Días 9 al 15-10-1869

Ante el estrepitoso fracaso del ejército, el ministro de gobernación Sagasta pone al general Martínez Campos al mando de la operación y le ordena acabar cuanto antes y al precio que sea con la rebelión.
Mientras el ejército prepara su artillería, los Voluntarios de la Libertad montan guardia en las barricadas, armados de sus escopetas, navajas y cuchillos. Son numerosas las muestras de apoyo de la población facilitándoles víveres y ropa de abrigo.


Día 16-10-1869

Finalmente el día 16 de octubre, el general Prim, presidente del gobierno da la orden de bombardear València. Durante más de seis horas los cañones situados en la calle Sagunt, el cuartel de Sant Francesc, el Portal de Sant Vicent y el que más daños causó, situado en Patraix, lanzaron sus granadas sobre la ciudad de Valencia, sin respetar ni a milicianos ni a civiles. La metralla de las bombas al explotar causaba estragos entre la población. La sangre corría por las calles y el fuego consumía barricadas y viviendas.

El Barri de Velluters fue el más castigado por el bombardeo. Las bombas no respetaron ni el Mercat, parte de sus columnas quedaron destrozadas, ni el centenario Molí de Na Rovella que finalmente tuvo que ser demolido.

Fue la batalla de poco más de 6.000 hombres contra un ejército de 22.000 soldados, en la cual se lanzaron contra la población 140 bombas, 150 granadas esféricas, 700 de cañón rayado, 240 del sistema Krupp (explotaban al impactar, produciendo abundante metralla), multitud de balas rasas y botes de metralla y según narra Manuel Fernández Herrero (Historia de Las Germanías de Valencia Cap. XXVI-pág. 264) “estaban dispuestos a lanzar sobre la ciudad, caso de no rendirse, cohetes incendiarios y camisas embreadas para destruir la población”.

Archivo R.Solaz.


Los jefes republicanos, viendo que la situación era insostenible y en evitación de más bajas tanto en los milicianos como en la población civil, decidieron deponer las armas, con la condición de respetar las vidas de los combatientes.
A pesar de la oposición de los militares, deseosos de vengar las afrentas sufridas y la muerte de sus oficiales, presionados por Prim llegaron a un acuerdo y se firma la paz.


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Sobre estos hechos Francisco Palanca Roca (Alzira 1834-València 1897), escribió una obra de teatro en verso titulada “Valencianos con honra”, se estrenó el 8 de enero de 1870 en el Teatro de la Libertad, con gran éxito de público. También fue representada en otras ciudades como Madrid, Barcelona y A Coruña.


 

PERSONAJES


JUAN PRIM I PRATS
Reus 1814-Madrid 1870
Comenzó su carrera militar a los diecinueve años, alistándose como voluntario para combatir a los carlistas consiguiendo el grado de general en 1840 y el de teniente general en 1856. Participó activamente en la Guerra de Marruecos (1859-1860) lo que le valió el título de Marqués de los Castillejos.
Afiliado al Partido Progresista, pasó en 1858 a las filas de la Unión Liberal para volver de nuevo al Partido Progresista en 1863. Durante esta década tuvo que exiliarse varias veces tras conspirar y participar en fallidos pronunciamientos militares, hasta septiembre de 1868 que regresado de Londres se une en Cádiz al Almirante Topete para pronunciarse contra la reina Isabel II y exigir su abdicación. Era el triunfo de la “Gloriosa”. Meses más tarde en enero de 1870 fue nombrado Jefe de Gobierno, apostando por la opción monárquica en contraposición de la republicana.
El 27 de diciembre de 1870, el mismo día que salía hacia España Amadeo I, el monarca propuesto por Prim, sufrió un atentado; tres días más tarde falleció.


JOSÉ PERIS Y VALERO
València 1821-1877
Político y abogado, compartió bufete con su amigo Cristóbal Pascual y Genís.
Formó parte a los dieciséis años de las milicias combatiendo a las guerrillas carlistas.
Alcalde de València en 1856 promovió la pavimentación y reforma de numerosas calles de València.
Dirigió el periódico “Dos Reinos”, órgano del Partido Progresista.
En 1868 presidió la Junta Revolucionaria y fue nombrado Gobernador Civil de València.
Con la abdicación de Amadeo I, abandona la política.


JOSÉ PÉREZ GUILLÉN “EL ENGUERINO”
Pedralba 1834-1902
Militante republicano con una asombrosa capacidad de movilizar a las masas.
Conocido en todos los pueblos de la huerta de València, intervino activamente en la revolución de septiembre de 1868 y en las revueltas de octubre de 1869 comandando a los Voluntarios de la Libertad.
Hombre de fuertes convicciones republicanas y de una integridad intachable. Famosa es la frase de su arenga al pie de las Torres de Quart: “Antes que nada es la honra, debemos de ser honrados y lo seremos, al que me robe un alfiler se lo clavaré en la lengua”.
En 1873 formó parte de la Junta Revolucionaria del Cantón de València, ostentando la cartera de guerra, junto a Virgilio Cabalote.


VIRGILIO CABALOTE
Personaje con gran predicamento entre los trabajadores del Cabanyal y del Grau, sobre todo entre los estibadores del Puerto.
Reclutó y comandó a los labradores del Cabanyal y a los trabajadores del puerto en los sucesos de octubre de 1869.
También participó activamente en la revolución cantonalista, formando parte junto a José Pérez Guillem “El Enguerino” de la cartera de Guerra en la Junta Revolucionaria del Cantón de València.


FUENTES

Valencia 1868-1936 De la Revolución liberal a la revolución republicana. Fernando Millán

València, La Ciudad. Josep V. Boira

Historia de las Germanías de Valencia. Manuel Fernández Herrero

Bombas sobre València. Rafael Solaz

Gran Enciclopedia de la Región Valenciana. Varios autores

Web del Ayuntamiento de Pedralba

 

martes, 29 de abril de 2014

ÁNGEL MARTÍNEZ - ANDRÉS GIMÉNEZ: LA VALENCIA DESAPARECIDA








Entrevista en la Cadena Ser (programa Locos por Valencia, 29/04/2014)
  • Audio ací (a partir min. 22:15)






Text de la presentació de La Valencia desaparecida a la Fira del Llibre (28/04/2014)


Francesc J. Hernàndez

Agraïment

Bona vesprada a totes i tots.
Moltes gràcies per convidar-me a presentar el llibre La Valencia desaparecida d’Ángel Martínez i Andrés Giménez, editat a Madrid per l’editorial Temporae, i que presentem per l’amabilitat de la Llibreria la Traca. A tots ells he d’expressar, en primer lloc, el meu agraïment i, naturalment, a tots vosaltres que acompanyeu els autors en aquesta avinentesa doblement feliç.
Si sempre és una satisfacció l’aparició d’un llibre, ha de ser motiu de joia augmentada el fet que la presentació d’una obra sobre València es puga celebrar al si de l’esdeveniment bibliogràfic més important de la ciutat, la Fira del llibre, i a un lloc com aquest, que barreja resonàncies històriques (com sabeu estem a l’indret on es trobava l’antic Palau Reial), i personals (ja que, per a moltes i molts de nosaltres els Jardins de Vivers formen part de la cartografia infantil més íntima).
Seré breu perquè supose que les persones que heu vingut tindreu el desig de conversar amb els autors i em limitaré a exposar cinc raons per les quals cal que compreu i llegiu el llibre La Valencia desaparecida.


Primera raó: aprendre

La primera raó és que La Valencia desaparecida us farà més sàvies o savis. Certament, tots els llibres ens donen coneixement. En un fragment d’un text anònim del s. XIV es pot llegir:
“[Per mitjà dels llibres] ha volgut Déu manifestar la saviesa als homens, en sguart e comparació de la qual les pedres precioses són carbons, l’argent és fanch, l’aur preciós és fet arena secha, lo sol e la luna són tenebres a la vista, e la mell ensems amb la manna són al gust absina [absinti?] e fel amargós.” (Doc. Lit. Ant. Leng. Cat., 1857: 415)

El llibre d’Ángel i Andrés ha sigut possible perquè els seus autors tenen un bon coneixement de la ciutat, del qual ens fan generosament partíceps.
L’obra presenta 94 fotografies que han seleccionat els autors (moltes excepcionals o inèdites), acompanyades de les corresponents imatges actuals, fetes per Ángel, i les detallades explicacions, redactades per Andrés. És la quinta essència del blog homònim, La Valencia desaparecida, que manté Ángel des de fa poc més de tres anys, amb algunes aportacions originals per a aquesta edició.
La Valencia desaparecida mostra com eren i com són les nostres places i carrers, els índrets entranyables i els quotidians, les edificacions més notables o les més vulgars o, com va escriure Vicent Andrés i Estellés, els “llocs il·lustres, monuments impassibles, les pedres en cos i ànima” i també “els recomanables llocs on tant ens volguérem”. (Llib. Merav., 31).
Les fotografies s’ordenen al llibre seguint, per dir-ho així, una espiral imaginària que, des de les imatges de la plaça de l’Ajuntament arriba fins a les dels Poblats Marítims, passant lògicament, per la Ciutat Vella, els eixamples i els barris perifèrics. Una ordenació que correspon a la biografia d’una ciutat concentrica, que des del seu epicentre històric, ha anat escampant-se per l’Horta i desplaçant els seus focus polítics i econòmics, sense més límit natural que la mar.
D’aquesta manera, el llibre permet conéixer l’evolucio de la nostra plaça central (un assumpte que Ángel ja va tractar en la seua col·laboració amb el llibre de José Huguet), de l’estació de ferrocarril (que tant anacrònicament anomenem del Nord), de la Plaça de la Reina (nom no menys curiós, ja que al mapa de Tosca el que hi trobem és un carrer de la Reina... Mora), la de la Mare de Déu, la Redona, de la del Mercat i moltes més, del carrer de les Barques o del de Colom, i, naturalment, del llit del riu vell, de la circumvalació, de la ubicació de l’Exposició Regional o de les nostres platges. Perquè, continue citant el poeta, “València és molt poc més. Tan íntima i calenta. / Tan crescuda i dolguda, i estimada també!” (Llib. Merav., 58).
Els comentaris de les fotografies documenten eruditament allò que es pot veure a les imatges. Informen al mínim detall no només de les construcciones o els habitatges, sinó també d’estacions i vies del ferrocarril (45, 46, 62, 72, 82...), comerços (21, 22, 23...), hostals, cafés o fondes (27, 29...), de fàbriques (65, 78, 82...) o instal·lacions esportives (93...). Trobem notícia dels trasllats de les fonts o dels monuments (57...), uns desplaçaments inusualment freqüents a la nostra ciutat.
Del rigor dels comentaris dóna raó el fet que la documentació arreplegada per glossar la fotografia del Palau Ripalda (56) haja permés esmenar la Viquipèdia i fixar amb precisió la data acceptada de la seua construcció.


Segona raó: formar la mirada

Cal comprar el llibre per saber més coses del passat de la nostra ciutat, però també, per aprendre a mirar.
En la fotografia analògica, els negatius eren un bé escàs. Durant les primeres dècades de la tècnica fotogràfica, cada nova imatge captada exigia carregar una placa; més recentment, les càmeres portàtils duïen un rotllet de pel·lícula que permetia un nombre limitat de disparaments: dotze, vint-i-quatre... La visualització del resultat no era immediata i exigia un costós revelatge. Per tot això, en contemplar fotografies antigues, com les arreplegades al llibre, sempre podem preguntar-nos què va veure l’autor per disparar l’obturador i consumir un negatiu?
No hi ha prou en respondre, per exemple, que el fotògraf veia les parades del Mercat Central (22), la façana de Santa Mònica (54) o l’Arc d’entrada a l’Exposició Regional (60). Una mirada més acurada ens permet veure que l’objectiu també arreplegà un fort contrallum en la fotografia del Mercat, que dóna una gran vivesa al grup de llauradores entre paneres de verdures; que el fotògraf ha enquadrat, junt a l’església de Santa Mònica, un grup de dones que, amb el fons d’anuncis de caldereries, semblen més bé vergonyoses; o que l’Arc de l’Exposició es complementa amb un altre de més contingent que descriu el doll d’aigua de la mànega d’un jardiner.
Si permeteu el joc de paraules: la qüestió de per què es va traure un fotografia més bé ens introdueix en ella.
Els comentaris del llibre col·laboren en aquesta formació de la mirada. Així, descobrim pels textos com la perspectiva del fotògraf del campanar de Sant Valeri i Sant Blai (70) és singular, perquè la imatge es va prendre entre l’enderrocament del vell mercat de Russafa i l’edificació del nou, o que la preocupació pels marges i la marginació de la ciutat que palesa la fotografia d’Orriols (79) es deu a la càmera del sociòleg Josep Vicent Marqués.
Si, com va escriure Henri Cartier-Bresson, fotografiar c’est mettre sur la même ligne de mire la tête, l’œil et le cœur. C’est une façon de vivre”, Ángel i Andrés ens inviten a posar-nos en aquesta mateixa línia, a ubicar en la mateixa trajectòria també el nostre cap, el nostre ull i el nostre cor.


Tercera raó: entendre el nostre present

Però el llibre d’Ángel i Andrés no només ens fa conéixer millor el passat o ens forma la nostra capacitat de contemplar la realitat, sinó també ens permet saber més del nostre present.
Certament, tota fotografia és un intent, potser desesperat, de, com va escriure Isabel Allende (Retrato en sepia), “vencer la condición fugaz de mi existencia, atrapar los momentos antes de que se desvanezcan”.
Això s’aconsegueix fixant la imatge d’un moment irrepetible, però també, com fan els autors del llibre, comparant aquell moment amb un altre, més recent, però igualment evanescent. Les parelles de fotografies del llibre són eteris espills encarats: el passat es reflexa en el present, o millor, en un passat més pròxim, i aquest en el passat llunyà.
D’una manera general, el llibre ens ajuda a entendre molt de la configuració urbana actual, a saber del present amb l’ajut del passat. València s’ha anat fent tot protegint-se del Túria i les seues riuades periòdiques, ocupant els buits que deixaven casernes traslladades o edificacions religioses desamortitzades, gràcies a l’eixamplament en enderrocar les muralles o mitjançant la incorporació de pobles perifèrics. De les cases d’artesans se’n feien tallers, dels tallers fabriquetes i d’aquestes habitatges. Amb el temps les barraques esdevenien cases i les plantes baixes guanyaven altures; dels palaus i de les cases humils es feien pisos. Tot aquests processos es poden veure als espills fotogràfics de les planes del llibre.
Però també d’una manera concreta, el joc de reflexos del llibre ens ajuda a conéixer millor el nostre present. En realitat, seguint la cita de Cartier-Bresson, són dues les línies coincidents en les quals cap, ull i cor s’enfilen, que el lector o la lectora té al seu abast. La del fotògraf antic i la del fotògraf recent. Perquè, encara que, de manera rigorosa, l’enquadrament de la fotografia recent siga exactament igual que l’antic, Ángel selecciona també un instant, en el que elements nous, o no tan nous, apareixen al seu visor. Per això, també podem preguntar-nos per allò que mostra la imatge recent respecte de l’antiga.
I així, a les planes del llibre, descobrireu potser diferències i semblances significatives. Creuríem trobar les mateixes persones atrafegades pel cantó de Barques (5) o pel Passeig de Russafa (30), semblants venedors a les portes de les botigues de la Plaça Redona (17 i 18), els mateixos tramvies a Sant Agustí (48) o els mateixos carros, ara de quatre rodes, pel carrer Colom (40). Dues jovenetes parlen entre ells pel carrer de la Pau (28). Vuitanta anys després només han canviat de vorera...
Ja us he exposat tres raons per comprar l’obra d’Ángel i Andrés: per aprendre de la nostra història, per formar-nos la mirada i per entendre el present. També és important comprar el llibre tot just perquè se’n facen més.


Quarta raó: perquè s’editen més llibres

Adquirir La Valencia desaparecida també és una manera d’animar les editorials perquè publiquen més obres sobre la nostra memòria gràfica, la qual cosa, de retruc, estimularà noves recerques.
Són molt poques les empreses foranes o de casa nostra que, com Carena o Tivoli, s’animen a fer aquest tipus d’edicions, ja que representen despeses de producció superiors als llibres ordinaris. En el cas de l’editorial Temporae cal subratllar l’acuradíssima edició que ha fet de La Valencia desaparecida, ja palesa a les elaborades imatges de les cobertes o als bonics mapes dels seus interiors. Format, tipografies, qualitat del paper o de les reproduccions de les imatges, acrediten la voluntat de publicar un bon llibre. Per tant, si voleu tindre’n un i, sobretot, estimular les editorials perquè en facen més, no dubteu en comprar-lo.


Quinta raó: reconeixement per al futur

En voldria afegir una altra raó, no menys important, per comprar l’obra. El llibre La Valencia desaparecida no aporta només coneixement, sinó que planteja a més una exigència col·lectiva de reconeixement. Ho explicaré.
Els antics grecs expressaren amb la paraula “eticitat” l’ideal d’una ciutat que feia virtuosos els seus habitants. A València no ha hagut “eticitat”, sinó tot el contrari: una aliança fatal de la ignorància i l’avarícia, que ha nodrit la corrupció i el meninfotisme. Obres com la d’Ángel i Andrés no només ens plantegen la qüestió de per què les coses són com són, sinó que també ens mouen a pensar com volem ser, ens fan pensar en un estat de coses on l’interés general predomine sobre el benefici minoritari.
La més utòpica de les consignes revolucionàries del segle XX afirmava: “Sous les pavés, la plage!” Aquesta pulsió utòpica és el fil roig amb el qual està enquadernat el llibre.
Efectivament, sous les pavés, sota les llambordes, trobem el flaire de les flors de la tortada de Goerlich, els refugis de la orgullosa capital republicana, “els nobles cavallers enterrats en els claustres” (Hotel París, 51), que va escriure Andrés i Estellés.
Baix de l’asfalt estan les vies romanes i els camins àrabs, els solcs de les rodes dels carros i els rails dels parsimoniosos tramvies, els fonaments del Palau de Ripalda, el de Mustieles, de Mossen Sorell o el Reial, on estem ara.
Baix de les pedres hi ha una terra llaurada durant segles per moros, jueus i cristians, i les séquies (73, 74, 94), que vivificaven els camps i movien les moles (73, 74). Les sèquies que, en els versos del poeta àrab Ibn al Abbâr, fa vuit segles, es relacionaven amb el destí de la ciutat: “València de dolces aigües i dolços fruits. / Generosament regada, encara que blanc d’infortunis. / T’estime i t’odie, paratge desolat…
I també, sous les pavés està la plage, perquè el adoquins del nostre Passeig Marítim estan on fa poc hi havia ones (89, 90, 91).
Aquesta és la València “desapareguda”, que no vol dir “inexistent”, sinó simplement no visible a la mirada no atenta. Una València que “apareix” amb el joc d’espills del llibre, per fer-nos pensar en com som i com voldríem ser, tot recuperant l’ideal de l’eticitat.
I és en eixe punt eteri, en la pretensió de ser reconeguts com subjectes en la nostra ciutat, com ciutadans i ciutadanes, on la utopia es lliga amb la voluntat d’eternitat de tot llibre. Perquè si es fan llibres i ciutats és perquè queden escrits, en cert sentit, per a sempre. Torne a citar el text anònim del segle XIV:
“E com tots los homens amen immortalitat, molt deuen ésser amats los llibres qui contenen matèria virtuosa, matèria divinal e celestial, qui·ns porta a la vera immortalitat.” (Doc. Lit. Ant. Leng. Cat., 1857: 417)

Reitere el meu agraïment als autors i a tots vosaltres.