miércoles, 15 de febrero de 2017

HUESOS A FLOR DE TIERRA




El hallazgo de tres cuerpos junto a la iglesia de San Nicolás el pasado mes de octubre, puso en relieve lo que ya se sabía y lo que mucha gente, por razones evidentes, desconocía. Y es que vivimos sobre un enorme cementerio.
Desde la Valentia romana, hasta principios del siglo XIX, nuestros ancestros yacen o yacían a escasos metros de donde nosotros paseamos, comemos, yacemos y holgamos sin ningún recelo, aprensión o sospecha a un eventual “Poltergeist”.



Y eso, que motivo han tenido, porque lo de “descansar en paz” R.I.P. (Requiescat in pace) no dejaba de ser una metáfora o una declaración de buenas intenciones. La cultura romana, los situaba fuera de su urbe, claro que, la ciudad fue creciendo y su extrarradio fue paulatinamente engullido por musulmanes y cristianos. Ni unos y otros tuvieron el más mínimo pudor en utilizar lápidas, losas y estelas funerarias, en el adecentamiento, modernización u ornato de acequias, molinos o en la propia vivienda. Y lo que había debajo de esas lápidas, losas o estelas… pues eso, “polvo eres y en polvo te convertirás”.





Los cementerios -fossars- parroquiales, no eran muy extensos y la gente también tenía la fea costumbre de morirse a menudo y a veces antes de que el natural ocaso físico del individuo culminara, por culpa de una peste o unas insospechadas fiebres. Así que cada cierto tiempo los inquilinos más veteranos del fossar, eran trasladados desde su pequeña pero cómoda tumba a un osario común, dónde al menos podían gozar de compañía, para dejar sitio a nuevos ocupantes.
Por una Real Cédula de 1787, Carlos III ordenó la erradicación de todo enterramiento urbano y su traslado a un “cementerio ventilado fuera de las poblaciones”. Después de un pertinente y detallado informe, todos los cementerios parroquiales fueron desmantelados, sus restos trasladados bien, al del llamado “de los Apestados”, tras el Convento de Belén (más o menos en el lugar que hoy ocupa la Jefatura Superior de Policía en la Gran Vía Ramón y Cajal) o a su destino definitivo, el nuevo Cementerio General que se estaba construyendo en la Partida del Molí de Tell, junto al Camí de Picassent. Los terrenos liberados, fueron tasados, parcelados y convenientemente vendidos al mejor postor.







Según esto, si las cosas se hubieran hecho bien, como parece que así fue, ningún resto tenía que haber aparecido con posterioridad. Pero la realidad es como es y de vez en cuando nos sorprende con noticias como ésta. Pero si repasamos los hallazgos y su ubicación veremos por qué, y cómo todo tiene su lógica explicación.



Empezamos con el más reciente, el de San Nicolás. El fossar, estaba situado a los pies de la primitiva iglesia, pero tras la ampliación del año 1455 se clausuró y quedó absorbido por dicha ampliación, pero no en su totalidad, una pequeña porción de camposanto quedó a los pies de la iglesia, pero convertido en plaza. Una pequeña capilla recordaba el lugar; en el año 1964 fue restaurada bajo la dirección del artista Jaume de Scals, que colocó un panel cerámico en tonalidades verdes del “Santíssim Crist del Fossar”.



Este fossar no fue incluido en el informe sobre la erradicación de cementerios parroquiales, porque en esas fechas -1804- ya no existía.

En el año 1996, durante la ejecución de unas obras en la calle Poeta Querol, frente a la Iglesia de San Juan de la Cruz, antigua parroquia de San Andrés, aparecieron también restos humanos en enterramientos individuales que evidenciaban la existencia de un antiguo cementerio. En efecto, el primitivo fossar de esta parroquia estuvo situado frente a la puerta de la iglesia.





A finales del siglo XIV, con una ciudad en expansión, se clausuró el camposanto trasladándose al cercano paraje denominado Bordellet dels Negres, con entrada por la actual calle Miñana, antaño Carrer del Trabuquet. Este fossar, incluido en el informe de erradicación de cementerios parroquiales, sí que fue desmantelado, sus despojos trasladados y sus solares vendidos al mejor postor, pero el primitivo, a los pies de la actual iglesia de San Juan de la Cruz, tuvo que soportar el peso de la indiferencia, el olvido, la tierra y el asfalto.



El año 1996 fue generoso en hallazgos; durante unas obras en la parte trasera del Palau de la Batlia, también afloraron restos del primitivo fossar de la parroquia de San Bartolomé, y digo primitivo porque éste también fue a parar con sus huesos a otra parte -concretamente al lado del Portal de la Valldigna- justamente para ampliar el Palacio del Marqués de Valdecarzana, actual Palau de la Batlia. En el caso de esta parroquia, también el desmonte, traslado de tierra y fragmentos al Cementerio de Apestados, corrió por cuenta de la compradora del solar donde se ubicó desde la segunda mitad del siglo XVII el fossar definitivo de San Bartolomé.



Pese a ser la primera parroquia de la ciudad, la de Sant Pere Apóstol era la que menor número de casas abarcaba, aunque también contaba con su propio fossar que, debido a su pequeña dimensión era conocido como el Fossaret. Las evidencias de su existencia, salieron a flote durante las exploraciones arqueológicas que efectuó el Servicio de Investigación Prehistórica de la Diputación de Valencia, entre los días 25 de noviembre y 13 de diciembre de 1963, para la construcción del Museo Diocesano, según detalla en un informe, el cronista de Valencia don Santiago Bru y Vidal. Y las más recientes este mismo año durante las obras de ampliación de dicho museo. El “Fossaret”, clausurado muchos años antes tampoco estuvo incluido en el informe sobre la erradicación de los cementerios parroquiales.


Fotografía de Mónica Torres -EL PAÍS-

Resumiendo, que no es del todo extraño el afloramiento de restos de los antiguos “fossars”, aunque no es habitual ya que a raíz del decreto de erradicación fueron desmantelados, los fragmentos trasladados, bien al Cementerio de Apestados, bien al Cementerio General y los terrenos vendidos al mejor postor.
Cuentan, que algunos aprovecharon esta tierra para los campos de Alboraia y Meliana y que de vez en cuando no es extraño ver aparecer algún que otro huesecillo entre habas y lechugas, pero claro lo mismo son cuentos de viejas.

Xavier Oms

(Artículo publicado en el diario Levante EMV el 13/11/2016)

jueves, 25 de junio de 2015

CUANDO LOS OBJETOS NOS HABLAN

A tan solo 15 kilómetros de Valencia existe un lugar donde los objetos nos hablan. Unos lo hacen de la gente que los creó y para qué les sirvieron, de las necesidades que tenían e incluso de cómo se relacionaban, cómo se divertían, cómo penaban o simplemente cómo era su día a día.


Es el mismo lugar que hace unas décadas acogía las instalaciones del Hospital Psiquiátrico de Bétera, el último eslabón de una cadena empezada en 1409 por Fray Joan Gilabert Jofré al promover el primer hospital para la atención y cuidado de “ignocents, folls e orats”.

Del libro “Hospital Provincial”. 1927

Hasta mediados del siglo XIX permanecieron los enfermos mentales en una de las dependencias del Hospital General y allí siguieron hasta que en 1866 la Diputación compra a la sociedad Dotrés, Clavé y Fabra la fábrica de hilaturas dirigida por Gaspar Dotrés, montada tras la desamortización de 1835 e instala allí las dependencias del nuevo manicomio.

De la revista “Sábado Gráfico”. 1972

En un intento de mejorar la atención de los enfermos, se buscan nuevos terrenos donde construir un hospital adecuado a las necesidades del momento. Y así surgen proyectos como el del Vedat de Torrent, con capacidad para 1200 enfermos (1892) o el de Portaceli (1933), proyectado por Luis Albert.

Del libro “El Manicomio Provincial de Valencia”. David Sánchez Muñoz.

 Pero finalmente no es hasta 1969 que un proyecto se hace realidad, es el firmado conjuntamente por el propio Luis Albert, Guillermo Stuyck y Alberto Peñín y los enfermos del viejo manicomio de Jesús, pasan en 1973 al nuevo Hospital Psiquiátrico de Bétera; un complejo hospitalario con todos los servicios imaginables: Iglesia, jardines, huertos, campo de deportes, centro comercial y hasta un hotel para los familiares de los enfermos, que nunca llegó a utilizarse.[1] Pero los estudios y las conclusiones de la nueva psiquiatría iban por otros derroteros completamente distintos y abogaban por la integración de los enfermos en la sociedad y no en su reclusión en centros cerrados, la línea que separa el “anormal o demente” del “normal o cuerdo” es muy difusa y subjetiva ¿son todos los que están? ¿Están todos los que son?



A principio de los años 80, apenas 10 años después de su inauguración el Hospital Psiquiátrico cierra sus puertas como tal, hoy en día sólo una pequeña población de enfermos terminales y sin recursos es acogida en el pabellón 8 del antiguo Hospital.

Por estos mismos años, la Diputació de València, comienza la creación de un Museo de Etnología. El edifico de la Beneficencia es la sede de sus exposiciones, pero el número de donaciones y adquisiciones va creciendo y falta sitio donde albergar, clasificar y estudiar todo el material.

El desmantelamiento del Hospital Psiquiátrico, va a facilitar la creación de unas salas de reserva, donde el problema no es el espacio sino como gestionar adecuadamente todo el material existente.

Las Salas de Reserva del Museu d’Etnologia de València albergan cerca de 15.000 objetos,  que van desde un simple dedal a un carruaje del siglo XVIII, pasando por indumentaria de todo tipo, herramientas de trabajo, mobiliario…  procedentes unos,  de donaciones particulares, otros recuperados por el personal del museo y  otra parte de adquisiciones como por ejemplo la efectuada últimamente a la ropería  Casa Insa.

Foto X. Oms 


 Foto Tono Giménez


Foto Tono Giménez

Casa Insa, fue una institución en la Valencia festiva, teatral o religiosa desde hace más de un siglo. Su origen se remonta a principio de la segunda mitad del siglo XIX, cuando el tío bisabuelo de su última propietaria doña Carmen Ferrés García, entra a trabajar en la ropería de Gimeno Márquez, situada al principio de la calle Baja, cerca ya de la Plaza Sant Jaume. Unos años más tarde, en 1865, se queda con el negocio y en el año 1889 se traslada al número 48 de la misma calle, una casa señorial del siglo XVIII, construida sobre una anterior del siglo XVI y que según la tradición era la casa-taller del pintor Joan de Joanes [2].

A partir de entonces, Casa Insa se convierte en el proveedor casi exclusivo de compañías de teatro –tanto de aficionados como de profesionales-, de actividades festivas, cabalgatas, disfraces, carnavales y religiosas, siendo la del Corpus su referente indiscutible.

En el año 2011, según consta en el Informe del Consell Valencià de Cultura sobre el legado de Casa Insa “consciente del valor patrimonial que supone Casa Insa y de que Carmen Ferrés deseaba retirarse, dada su edad avanzada y los cambios acontecidos en el sector, el Museu Valencià d’Etnologia se esforzó por llegar a un acuerdo. Dicho acuerdo contempla la selección del material depositado en Casa Insa, la recuperación del mismo y la constitución, dentro de las colecciones del museo, del Fondo Casa Insa-Carmen Ferrés.” [3]


Foto X. Oms

Las salas visitables actualmente son tres, en la primera desde la sencilla tartana a la lujosa –en su tiempo- carroza, conviven con un una enorme carreta azul que en su día transportaba los cerdos del antepasado de un conocido empresario, dueño hoy de una cadena de supermercados.

 Foto X. Oms


 Foto Tono Giménez


 Foto Tono Giménez


 Foto Tono Giménez

Foto X. Oms

Parte también del legado de Casa Insa, vestidos y disfraces colgados en perchas –adquiridas en el “Chollo Barato”, pues el presupuesto no da para más- completando la instalación unos tubos metálicos –que nadie echará de menos en los desmantelados invernaderos del exterior- sujetando unos plásticos, en un intento de protegerlos del polvo y la humedad. Y montañas de cajas apiladas, cuidadosamente etiquetadas, en espera de un destino mejor.

Foto Tono Giménez

En la segunda sala nos recibe una representación de los gigantes del Corpus, y una enorme sala con hileras de trajes y disfraces de todo tipo, colgados cuidadosamente de su correspondiente percha “Chollo Barato”.

Foto X. Oms

Foto X. Oms

Foto Tono Giménez

 Foto X. Oms

  Foto X. Oms



Foto X. Oms

 Llama la atención un vestido con los colores republicanos y un gorro frigio con la escarapela tricolor, que los dueños de Insa debían de tener a buen recaudo y fuera de la vista del control franquista, que ¡buenos eran ellos!

                                                                   Foto X. Oms

Foto Tono Giménez

Foto Tono Giménez

Foto Tono Giménez

Foto Tono Giménez

Foto X. Oms

La tercera sala, nos lleva hasta el centro de recuperación de objetos varios, dónde la única restauradora no debe de aburrirse mucho. Herramientas y útiles de trabajo que han permanecido inalterados con el paso de los siglos y que hoy en día continúan siendo tan eficientes como en un principio. Mobiliario, aparatos varios y una cocina de color rosa que haría las delicias de Doris Day, completan el recorrido por la noche de los tiempos.

Foto Tono Giménez

Foto Tono Giménez

Foto X. Oms

Foto X. Oms

Foto X. Oms

El equipo que gestiona estas Salas de Reserva, dirigido encomiablemente por Jorge Cruz Orozco, es a todas luces insuficiente, tanto a nivel de recursos humanos –sólo una restauradora para más de 10.000 objetos- como a nivel de recursos económicos. No se puede menos que felicitar al equipo por la magnífica labor que está realizando y en las condiciones que lo está haciendo.

Foto Tono Giménez

Foto Tono Giménez

Foto X. Oms

Foto X. Oms

Foto X. Oms

Foto X. Oms

Foto Tono Giménez

Foto Tono Giménez

Foto X. Oms

Foto Tono Giménez

Foto X. Oms

Foto X. Oms

Foto X. Oms

Foto X. Oms


Desde una ventana contemplamos el paisaje exterior, al fondo dos depósitos enormes de agua montan guardia cerca de la salida. Alguien comenta, “parece Chernobil”.

Foto Tono Giménez

En la soledad de la noche, los objetos hablan entre sí. Un guardia de seguridad asegura haber visto como el gigante gitano le guiñaba un ojo a la mora mientras el moro besaba a la gitana o como la portezuela de una carroza se abría mientras unas faldas de seda desaparecían en su interior entre risas y jadeos.

Xavier Oms.
Junio 2015.



[1] El Manicomio Provincial de Valencia. Capítulo 5.2 del libro “Arquitectura y espacio urbano en Valencia”.

[2] Informe sobre el legado de Casa Insa y un posible museo de la indumentaria y los disfraces- Consell Valencià de Cultura-2011.

[3] Ibidem