Valencia en el siglo XIX conservaba prácticamente la misma trama urbanística que en la edad media. Constreñida por el cinturón de la muralla y el límite físico que marcaba el cauce del río, la ciudad había alcanzado un nivel crítico de saturación humana al que era preciso buscar una solución. La ciudad al no poder crecer en extensión lo tuvo que hacer en altura. Así, las plantas bajas eran ocupadas por comerciantes o talleres artesanales, el piso principal era la vivienda del propietario, el primer piso solía estar habitado por profesionales, médicos, abogados, sastres, etc. y el último piso normalmente se alquilaba a los sirvientes o a trabajadores. Aún hoy en día, en ciertos edificios antiguos se conserva la siguiente numeración de pisos: Planta Baja, Entresuelo, Principal, Primero, Segundo…
Tímidas reformas habían modificado la laberíntica ciudad musulmana eliminando callejones y atzucacs sustituyéndolos por calles rectilíneas y espacios abiertos. Así se fue haciendo la calle dels Cavallers durante el siglo XIV, siguiendo el camino del Decumanus de la Valentia romana, en un afán de acercar el centro político y religioso con el comercial a través de la calle de la Bosseria.
Y la calle de la Mar. Después del pogromo de 1391, la jueria vio reducido su recinto, hasta que un siglo después, en 1492 con la expulsión de los judíos, el barrio fue prácticamente arrasado. Sobre el solar de la Mezquita Mayor, se alzó la iglesia de Sant Cristófol, el derribo de casas y callejuelas dio paso a nuevas plazoletas y a edificios como el Colegio del Corpus Cristi o el Estudi General, y las calles que desde el Portal de la Figuera llegaban hasta el Portal de la Xerea camino del mar, desaparecieron para convertirse en el calle de la Mar, al igual que el de Cavallers, residencia de notables y nobles de la ciudad.
A finales del siglo XVIII entraron nuevos conceptos en materia urbanística, por una parte la supresión de los cementerios parroquiales facilitó la apertura de nuevas calles como la de San Fernando, ganada a costa de los fossars parroquials de Sant Martí y Santa Caterina y por otra, las primeras desamortizaciones y desvinculaciones militares y nobiliarias; pero fue la de 1836, la llamada Desamortización de Mendizábal, la que más impacto tendría sobre la geografía urbana de la ciudad aunque con resultados más bien decepcionantes para el urbanismo de la ciudad.
Intramuros, los conventos de Sant Domènec, Sant Francesc y el Pilar, pasaron de manos eclesiásticas a manos militares, reconvirtiéndose en cuarteles. El de la Congregación también siguió el mismo destino, pero en 1854 fue demolido y sobre su solar se construyeron viviendas.
El de la Puritat tuvo un proceso semejante a los que hoy en día nos son habituales, fue vendido a un señor de Madrid, D. Domingo Skerret, con el compromiso a cambio de unos beneficios fiscales, de instalar una industria. Pero don Domingo consideró que sería más rentable parcelar los terrenos y vender los solares para su edificación, cosa que hizo con la ayuda de D. Bernardo Lassala y la del arquitecto D. Antonino Sancho. Fruto de esta operación nacieron las calles Conquista, Moro Zeit y Rey don Jaime. La ciudad había ganado en viviendas y nuevas calles pero había perdido la ocasión de crear nuevos espacios públicos precisamente en una de las zonas más densamente pobladas de la ciudad.
El derribo del Convento de las Magdalenas en 1838, supuso para esta zona un nuevo espacio público, la creación del Mercat Nou, aunque debido a la reticencia de los agricultores sólo acogió la Pescateria. Los locales donde se hallaban la Carnisseria y la Pescateria en el Clot, habían sido derribados para construir la Plaça Redona, llamada primeramente de La Regencia y poco después del Cid. También se ganó otro espacio público con la demolición del vecino convento de la Merced.
El derribo de la muralla en 1865 creó unas expectativas que ya venían recogidas en la 1ª Ley de Ensanche de 1864 y reglamentada en 1867. Pero los acontecimientos políticos del momento dejaron aparcados los proyectos de ensanche extramuros de la ciudad hasta la llegada de la Restauración, pero centrándose únicamente en el acondicionamiento y reforma interior de la ciudad.
El derribo de dos conventos, el de Sant Cristòfol y el de Santa Tecla, serían decisivos para el nacimiento de una nueva calle y de un nuevo urbanismo. Pero el proceso también fue largo y nada sencillo, más de treinta años tardaría en culminarse en su totalidad la calle de la Pau.
En 1868 se derribó el convento de Sant Cristòfol y su solar se propuso para construir en él, un mercado en sustitución del que diariamente se montaba en la plaza de la Congregación. Esta idea fue rechazada y en 1874 el arquitecto José Zacarías Camaña hizo una nueva propuesta de otro mercado, consistente en un recinto cuadrangular, cubierto por una estructura metálica rodeada por una marquesina, proyecto que también fue rechazado.
Finalmente en 1875, el Ayuntamiento decidió vender el solar del convento de Sant Cristòfol junto con el de Santa Tecla para su parcelación y posterior construcción de viviendas. La calle de la Pau dejaba de ser un proyecto más y tenía ya vía libre para su construcción. La calle nacería en la nueva plaza de la Reina para desembocar en la Plaza del Príncipe Alfonso.
En él habían trabajado muchos arquitectos, Federico Aymamí entre ellos, pero fueron Manuel Sorní y Juan Mercader los que finalmente diseñaron la nueva calle y en ella dejaron su huella Luis Ferreres, Joaquín María Arnau, Francisco Mora, José Camaña, Antonio Martorell y Peregrín Mustieles entre otros. En principio, la calle se proyectó con una anchura de 20 a 25 metros, pero los concejales del ayuntamiento la consideraron excesiva y la redujeron a tan solo 14 metros.
La urbanización de la calle comprendía así mismo la de la plaza de la Reina, nacida también gracias al derribo del convento de Santa Tecla. El urbanismo higienista dominante en Europa a mediados del siglo XIX, propugnaba una ciudad con calles amplias y rectas, plazas de las que radialmente partían avenidas arboladas. En París, Haussmann fue su principal exponente y Cerdá en Barcelona y este modelo se quiso aplicar también al nuevo proyecto urbano.
La calle de la Revolución fue el primer nombre que se pensó para la calle, corrían claro está, los años de la “Gloriosa” pero en 1878 con la monarquía restaurada y el carlismo derrotado, se optó por el nombre de calle de la Pau, en conmemoración del final de la tercera Guerra Carlista. Pero ya se sabe que los valencianos somos proclives a manejar el nomenclátor callejero según el viento que sopla, así que en 1899 se decidió cambiar el nombre por el de Peris y Valero, alcalde que fue de Valencia además de presidente de la Junta Revolucionaria de la ciudad en el año 1868, firme impulsor de múltiples mejoras (adoquinado de las calles, alumbrado…) y del proyecto de urbanización de dicha calle.
Pero esto fue hasta el año 1913 en que la comisión de estadística recomendó al Ayuntamiento volver a la anterior denominación de calle de la Pau. El rótulo sólo duró en su sitio tres años; en 1916 nuevamente recobró el nombre de Peris y Valero, hasta el año 1923 en que definitivamente –o por lo menos hasta ahora- volvió a su primera denominación oficial de calle de la Pau.
Entre los planes de Reforma Interior que se barajaron, figuraba el de Federico Aymamí (1908): la prolongación de la calle de la Pau. El proyecto desestimado en principio, fue retomado por Javier Goerlich en 1939. Consistía, partiendo de la plaza de la Reina, en continuar la nueva avenida hasta las Torres de Quart. De Santa Caterina sólo quedaría la torre en medio de la calle, la Llotja estaría en una gran plaza junto con la del Mercat Central y las calles de la Carda y Murillo, desaparecerían engullidas por la nueva avenida. El proyecto quedó definitivamente archivado.
La torre de Santa Caterina desde su privilegiada situación, contemplaba pacientemente el curso de las obras y así vio en 1862 demoler las casas que conformaban el callejoncito de Caputxers y las del Forn de Ceca. Cuatro años después sería el convento de Santa Tecla. Aquel que en 1562 acogió a las religiosas agustinas del convento de San José en la Corona, por la razón que Escolano tan crudamente describió: “Como la casa de las mujeres perdidas cayese a las espaldas de la huerta de estas religiosas, y pudiesen los relinchos de aquellas yeguas lascivas alcanzar a los honestos oídos de estas religiosas, acordaron de desamparar el puesto y pasarse a la iglesia de Santa Tecla en la calle del Mar”.
En 1885 vio como el adoquinado de la calle llegaba hasta la de Lluis Vives y como las primeras construcciones, tomaban altura dos años después. Poco a poco la calle iba tomando forma, si bien las primeras edificaciones tenían un estilo ecléctico a medida que avanzaba iban ganando en riqueza artística y ornamental. En 1899, la calle llegó hasta la altura de la calle Bonaire. Y allí se detuvo unos años, por el tapón que formaban las casas de la calle Paraíso. En ese tiempo vio acabar el adoquinado de la calle e instalar el alumbrado. Pero a pesar de la longitud alcanzada, en 1899 la calle solo contaba con diez números de policía y 175 habitantes censados, de los que una mayoría eran comerciantes. La realidad es que la gente aún era reacia en habitar allí.
Hubo que esperar al año 1903, para que la calle de la Pau pudiera llegar por fin a la Plaza del Príncipe Alfonso. En enero de dicho año se expropiaron las casas que conformaban la calle del Paraíso y en junio del mismo año se aperturó la calle.
También vio como los balcones se cubrían de blanco, mientras desde blancas carrozas, muchachas ataviadas de blanco lanzaban cintas blancas de papel, o como la gente mostraba su descontento por ésta o aquella cuestión o su alborozo por la llegada de tal o cual personaje. Desde allí contempló desfiles y procesiones, cabalgatas y ofrendas. Incluso vio como un municipal accionaba manualmente el primer semáforo de Valencia. O como el río, desorientado, buscaba una salida que lo devolviera a su cauce.
Entre 1903 y 1905 edificios con elementos modernistas, casticistas y racionalistas dieron por concluida una espléndida calle, que ahora sí, se convirtió en residencia ideal para la clase burguesa. En sus bajos, lujosas cafeterías, como El Siglo, el Café de la Pau, el Ideal Room… tiendas de tejidos y sastrerías, como The Smart, El Águila o la Isla de Cuba, hoteles como el Palace Hotel o el Hotel Munich, hicieron de esta calle junto con la de Sant Vicent y la Baixada de Sant Francesc, un eje comercial de alto nivel.
En 1903, una vez terminada la calle de la Pau, nuevamente el empedrado tuvo que ser levantado en parte, para instalar las vías del tranvía. La línea del Cabanyal se electrificó en 1907, por lo que también se tendió la correspondiente catenaria. Pero la de Russafa hasta el año 1917 continuó siendo de tracción animal. Ese mismo año a la torre de Santa Caterina le pusieron un reloj, seguramente para que los vecinos de la calle de la Pau estuvieran informados en cualquier momento de la hora en la que se hallaban.
Bajo el empedrado de la calle, quedaban enterrados muchos años de historia. El pequeño Atzucac de Caputxers, embrión sin saberlo de la futura calle de la Pau, conducía hasta la Ceca, la fábrica de moneda creada por Pere IV en 1369 y que estuvo allí hasta principio del siglo XVIII. Y si hurgáramos un poco más encontraríamos los restos de alguna necrópolis de la época romana. Apenas avanzamos unos pasos por la calle, entramos en el recinto que fue el Call valenciano, el barrio de la Jueria, a mano derecha y a unos pocos metros de nosotros, la casa que fue de la familia Vives. El mismo Lluis Vives en uno de sus "Diálogos", nos describe donde estaba su casa.
Escribe Vives en boca de Centellas: "No, iremos por la calle de la Taberna del Gallo, que quiero ver la casa donde nació mi amigo Vives, la que, según tengo oído, está bajando la calle a lo último y mano izquierda; así visitaré a sus hermanas." Desde finales del siglo XIX y a petición del cronista de la ciudad, Vicente Boix, la calle de la Taverna del Gall, se llama de Lluis Vives.
Seguimos avanzando y cerca de allí, a nuestra izquierda, encontraríamos la Mezquita Mayor; en su lugar se levantó la iglesia de Sant Cristòfol que también fue objeto de la piqueta, su derribo facilitó la apertura de esta calle. Y un poco más hacia adelante, pero más profundo, los vestigios del Circo de Valentia. Construido en la época imperial allá por el siglo II, tenía una longitud de 350 por 70 metros de ancho. La cabecera estaba situada a la altura de la calle Almirall aproximadamente y el final cerca de la calle Cardenal Payá, a espaldas del Colegio del Patriarca.
A la derecha, la calle de la Creu Nova desemboca en una plazoleta, allí tuvo la Juería una puerta de entrada: el Portal dels Cabrerots, cuando en 1390 se amplió la Jueria se derribó y en su lugar quedó la Plaza dels Cabrerots. Unos años después de la expulsión, en el 1500, se descubrió en la plaza dels Cabrerots una sinagoga clandestina, perteneciente a unos tíos de Lluis Vives, Salvador Vives y Castellana Guioret, pero regida por su hijo -su padre ya había fallecido-, Miguel Vives y su esposa Castellana March. Éstos fueron procesados y encarcelados. En el lugar donde estaba la sinagoga se levantó una ermita, que ya no existe, y a la plaza se le cambió el nombre de Cabrerots por la de plaça de la Creu Nova. En enero de 1501, Castellana Guioret, su hijo Miguel Vives Guioret y la esposa de éste Castellana March fueron muertos en la hoguera.
La calle de las Comedias nos marca el límite del último recinto de la Jueria. Hasta el siglo XVIII, esta calle que no era calle sino plaza, recibía el nombre de l’Olivera. Dicen que por este barrio, allá por el siglo XVI, no era muy recomendable andar cuando el sol se ponía, abundaban las tabernas y con ellas el vino, el juego y una variopinta fauna de personajes que de camino al puerto o del puerto a la ciudad, allí recalaban. Los comediantes que por aquella época abundaban, aprovechaban la circunstancia para sacarse unas cuantas monedas a costa de aquel improvisado público. El Hospital General, cuidadoso de las buenas costumbres y en prevención de sucesos desagradables, consiguió del virrey de Valencia, el Marqués de Aytona, un local para que los cómicos dieran sus espectáculos y así apartarlos de la calle. Este edificio estaba situado junto al Trinquet de Cavallers, hasta que en 1646 dado su estado, el local fue derribado. En su solar se construyó la iglesia de Sant Felip Neri, llamada también de la Congregación.
Pero Dios aprieta pero no ahoga, y el Hospital no dejó desamparados ni a los comediantes, ni a la gente que cada vez acudían en mayor número a las representaciones. Así que decidió comprar unas casas cerca de allí, en la plaza de L’Olivera y allí se estableció el nuevo corral de comedias. En sus representaciones no faltaban obras de autores, como Cervantes, Lope de Rueda y del mismo Lope de Vega.
Según cuenta don Vicente Boix, unos años después, un nuevo edifico fue diseñado por el padre Vicente Tosca, pero sin que él supiera que era para Valencia, pues para una persona de su condición no se juzgaba trabajo digno. Un buen día, paseando por la plaza de l’Olivera en compañía del doctor Aliaga, catedrático de la Universidad, entró a ver los trabajos que se estaban realizando, y viendo que se seguía exactamente su proyecto, exclamó: “¡Ai bribons, que bé heu tret el meu disseny!”.
Pero dicen también, que un mal día, por el año 1748, la tierra tembló y el teatro tuvo que ser demolido. Mientras se construía uno nuevo se tuvo que habilitar un local en el Grau, hasta el año 1781 que se abrió uno nuevo junto a la Porta de la Trinitat.
El nombre de las calles adyacentes a la de las Comedias, Vestuari y de la Tertúlia, nos deja bien clara la actividad del barrio. La calle de los Nocturnos, nos recuerda a la Academia de los Nocturnos, una tertulia literaria que entre los años 1591 al 1594, se celebraban en el palacio de Valeriola. Tenían sus reuniones la noche de los miércoles, y allí referían todo tipo de cuestiones. Poesías, prosas, ensayos y algunas disertaciones, generalmente en castellano, estaban al orden de la noche. No utilizaban su nombre, sino seudónimos, todos ellos con claras referencias a la noche: Bernardo Catalá de Valeriola su fundador, era Silencio, Guillem de Castro era Secreto, Cerdán de Tallada, Trueno; también estaban Miedo, Descuido, Sosiego, Tristeza, Sueño…
Atrás dejamos también el Ideal Room, con su suelo embaldosado en blanco y negro; alrededor de una mesa de mármol blanco, Josep Renau, Ángel Gaos y Juan Gil Albert charlaban animadamente entre volutas de humo que unos ventiladores colgados del techo se esforzaban por disipar.
Ya estamos llegando casi al final del recorrido, a nuestra derecha un grupo de periodista sale del Palace Hotel con paso apresurado justo en el momento en que Carles Salvador, Adolfo Pizcueta y Ricardo Blasco se disponían a entrar.
La plaza Príncipe Alfonso y la Glorieta, se abren ante nosotros en un estallido de luz y verdor. Al fondo la torre de Santa Caterina nos observa, esta vez sin el reloj, que todo hay que decirlo, nunca le había hecho gracia.
X. Oms
Noviembre 2012
BIBLIOGRAFIA
CARTOGRAFÍA HISTÓRICA DE LA CIUDAD DE VALENCIA Amando Llopis y Luis Perdigón
LA CALLE DE LA PAZ María Jesús Teixidor de Otto
LA DENSIFICIACIÓN DE LA CIUDAD INTRAMUROS Joaquín Azagra
LOS ENSANCHES DE VALENCIA Juan Luis Piñón
LOS ESPACIOS RECUPERADOS DENTRO DE LA CIUDAD Francisco Taberner
VALENCIA HISTÓRICA Y TOPOGRÁFICA Vicente Boix
Que fantástico artículo, gran historia la que rodea esta emblemática calle. Gracias por compartir esta información con todos nosotros
ResponderEliminarMuchas gracias por la estupenda y completa informacion de esa preciosa calle valenciana.
ResponderEliminarSaludos y enhorabuena por el blog.
Estupendo trabajo, solo un comentario, en un par de ocasiones se dice que el Convento de San Cristóbal se levantó sobre la mezquita mayor, supongo que se quiere decir que sobre la SINAGOGA judía se levantó el Convento de San Cristóbal.
ResponderEliminarSaludos