El 5 de enero de 1845, domingo, el entonces joven alcalde de Valencia, D. José Campo convocó sesión extraordinaria del Ayuntamiento a la que acudieron el propio Campo, Juan Miguel de San Vicente, teniente de alcalde, Vicente Minguet, Juan Pelegrí, regidores, y Tomás Tamarit, procurador-sindico, el tema a tratar, el empedrado de las calles de la ciudad. Por aquellas fechas El Mercantil Valenciano se quejaba de que nadie que no contara con un carruaje, pudiera llegar a su destino en condiciones de aseo. Los días secos el polvo y la tierra se acumulaban en las calles, si hacía viento densas nubes lo cubrían todo y si llovía, Valencia se transformaba en un barrizal.
Campo presentó varios presupuestos, el primero ofrecía los adoquines a 5 reales, situados a pie de obra, el segundo a tres reales y el tercero, Ramón Rodríguez a dos, además ofrecía por el mismo precio las obras de construcción hasta dejar transitable el tramo adoquinado. Indudablemente fue elegido este último con la condición de que detallara exhaustivamente todos los gastos de la colocación con el fin de tener una idea para sucesivas obras, se le admitía un sobrecoste máximo de 17 maravedís sobre los 2 reales pactados y se le pedía que las losas retiradas de las aceras fueran reutilizadas en calles de menor tránsito. El primer encargo fue de cien varas cuadradas, con el fin de calcular más fácilmente sucesivas obras.
Las primeras calles en ser empedradas fueron la de Fidalgo y Virués, contiguas al coliseo principal de la ciudad, llamado en aquel momento “Teatro Cómico de Isabel II”.
El resultado debió ser el deseado pues en la sesión del día 15 de marzo se planteó la conveniencia de seguir con las obras si bien haría falta recaudar más impuestos para poderlas llevar a cabo.
Para fijar los impuestos necesarios se creó una comisión formada por el mismo número de los mayores contribuyentes que de regidores, aprobándose los nuevos arbitrios en la sesión del 26 de septiembre.
Los impuestos aprobados fueron los siguientes:
1 real de vellón por arroba de arroz de cualquier clase.
1 real por carga de 3 arrobas de carbón.
3 reales por fanega (medida castellana equivalente a 55 ½ litros) de garbanzos.
1 real por fanega de judías.
17 maravedís por vara de tela de lana del país.
¼ de real por vara de bayeta.
1 real por cada manta.
17 maravedís por resma de papel ordinario para imprenta.
1 real por gruesa de papel de fumar, suelto o en librillos.
2 reales por millar de ladrillos.
6 maravedís por fanega de cal en piedra o molida.
8 maravedís por arroba de hierro forjado.
8 maravedís por día por cada parada fija (de 6x6 palmos) en el mercado, plazas y calles, excepto de las de los labradores que vendan productos propios.
Las calles empedradas en primer lugar fueron:
El trozo de la calle de San Vicente, entre la plaza de Santa Catalina y la iglesia de San Martín, calle San Fernando, plaza del Mercado y calle de Zaragoza.
No fue la cosa tan rápida como prometía al principio, pues en 1865 el entonces alcalde D. José Peris y Valero decía que se tenía que continuar el empedrado iniciado por Campo y que los vecinos deberían contribuir a la mejora de sus calles, adoquinándose en aquel año la calle de San Vicente hasta la plaza de Cajeros, esta plaza, la Bajada de San Francisco, las calles de Flassaders, las Fuentes, Bolsería, Rey D.Jaime y la del Mar.
A finales de 1894, casi 50 años después de iniciadas las obras, 303 calles de las 555 que tenía la ciudad, habían recibido la mejora.
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